Te debo una, dos o tres.
O cuatro, o diez o cien
y cuanto más pasa más te debo,
porque ya no estás, para perdonarme
que el tiempo pase, sin el homenaje,
que te debo, Trinca.
Te echo de menos.
Mucho de menos, pequeña.




Mira tu mirada de me la sopla.
Pensé en poner fotos de tu vida, desde pequeña. Tengo un vídeo del día en que llegaste en el que te peleabas con un objeto inanimado típico llamado alfombra. Y contra todo pronóstico casi ganas.
O más adelante, corriendo como loca cuando aún eras delgada, antes de robarle la comida a los otros animales, por el Dobra, como tantas veces subimos. De caballo en caballo. Como una salvaje. Como si les fueras a cazar. He echado números. Un caballo medio pesaba en torno a cincuenta veces más que tú. Optimismo.
Tengo un par de gatos blancos ahora. Tener es un eufemismo de que no me hacen ni puto caso. En teoría van a cazar bichos como tú. Aunque tú tampoco cazabas gran cosa. Preferías robar la comida al pobre Wilki, o a quien se pusiese de por medio. O a poner cara de pena a través de la ventana de la cocina, con la esperanza, de que algo cayese. Y siempre caía. Te aprovechabas de mi. Arpía manipuladora.
Pues eso, pensaba en las fotos de juventud, pero al final, si pensamos en el tiempo que vivimos, tú fuiste mucho más tiempo mayor (y vaga, y loca, y hambrienta, y dormilona, y feliz), que joven. Donde eras igual pero sin cabeza.
Te echo mucho de menos pequeña. Sé qué no volverás. Por eso te echaré más de menos. Pero me estoy acostumbrando a hacerlo, y al hacerlo sonrío.
Comentarios
[…] en invierno, cuando los escajos disminuyen de volumen, me encontré una vez un lobo. Azucé a Trinca contra él, pero huyó cobardemente ante tal […]