Hoy el joven roble, se desperezó
entumecidas notó sus ramas,
azul de prusia el cielo
y a sus oídos, oscuros truenos
que en sus ojos los rayos confirmaban.
Y la pareja de jilgueros,
de la rama séptima,
del tercer ramal principal,
sector noroeste,
segundo tronco,
ya no estaban.
«Pesado sueño he tenido»,
confirmó para sus adentros.
«Hoy me noto más rígido»,
se dijo para sí mismo.
«La cicatriz de aquel hachazo de hace tanto,
me molesta»,
comentaba entre murmullos.
«Tengo frío sin mis hojas,
¡Maldito invierno!»,
quejóse del clima inmisericorde.
«Ah, el suelo es de barro,
¡ésta lluvia!»,
observaba mientras agitaba sus ramas inferiores.
Antes adoraba las tormentas,
el viendo sacudía sus ramas,
y él se ponía a cantar con ellas,
haciendo los coros al jilguero.
Su tronco era estrecho y flexible,
y a la mínima brisa, se mecía,
se dejaba acariciar,
y las gotas de lluvia,
hacían que sus hojas,
llorasen de alegría.
Su tronco es grueso ahora.
Es fuerte, recio y adulto,
destaca sobre el horizonte,
y ya no se mece igual.
«Creo que ya, no soy un joven roble».
«Creo que ya, soy un viejo gruñón».
Miró tristeza en su reflejo,
pero se sintió tan fuerte,
que si antes una brisa lo mecía
ahora enfrentaba tifones.
Sus raíces se aferraban y se hundían,
y miraba altivo el horizonte.
«Ya no bailaré con la brisa,
pero orgulloso me alzaré sobre el bosque».

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