Prometí que no volvería con algo triste. Pero sobre todo quiero volver a escribir. Y a hacer fotos y esas cosas que hacen que la vida sea algo más que trabajar y beber con gente. Así que intento retomar esto y lo haré como lo dejé, señalando cosas que veo por ahí, ahora que la vida va volviendo a ser vida, aunque sea renqueando como Quevedo por la plaza Mayor de Madrid.

Últimamente ando algo perdido. Me voy por montes de alrededor. Todas las semanas, ahora solo, antes buscaba más compañía por ahí. Al otro lado del valle, con treinta grados (o más, que yo llevo mal el calor), la casa ahí sola brillando al sol. Perfecta en la solana para alejarse del ruido, de la gente, de los coches, de la ciudad, del trabajo, de todo. De absolutamente todo.

Y aún así, hay que trabajar. Mantenerlo todo. Los tejados caen, la hierba crece, los animales hay que cuidarlos, los zarzales proliferan. Los lambos salen de sus garajes.

¡Un burro cargando plantas! Pues eso, un burro cargando plantas.

Ver que alguien para su pequeño huerto, ha decidido, y ha hecho, unos espantapájaros así, que parecen más bien saludar a los pájaros más que para espantarlos, me hace creer en la gente. Y me hace creer que en este mundo oscuro y materialista, aún hay quien se molesta en hacer algo bello y efímero, quiero pensar, que por hacer sonreír a alguien. Conmigo lo hizo.

Y en el menos da una piedra, la música vuelve. Muy poco a poco, pero vuelve. Y suena, lentamente. Los sonidos son cada vez más altos. Volverán a rugir.