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Calles

Paseando por calles oscuras, en días oscuros, a veces se olvida la luz.

 

Escondida, está, aunque sólo sea en pequeños puntos brillantes.

 

Maniquí espantapájaros.

En Vitoría había una tienda. En esa tienda, querían vender. A mujeres. Ropa, en concreto.

Compraron un maniquí, hecho para vender. Le habían hecho artesanos chinos, con máquinas chinas, junto con miles de maniquíes iguales. Sus hermanos.

Maniquí, reina de la belleza, estereotipo de perfección estética.

Una princesa de cuento.

 

Y ahí está, condenada a mantenerse firme, soportando la lluvia y el barro, en una huerta. Siendo su fin espantar, por su terrorífico aspecto, a los pájaros.

Vitoria

No hice demasiadas fotos esta vez. Ya habéis visto alguna u otra.

Pero creo que ésta puede ser un buen retrato de la ciudad, que no de la gente. Sin nada característico, eso sí. Me gustan estas fotos. Algún día subiré la del espantapájaros.

Movimiento en la calle.

Las calles se mueven bajo mis pies.

¡Pero si es una puta escalera mecánica!

¡Calla, que ibas muy bien!

Ahora en serio. No suelo hacer fotos de este estilo. Pero me apetecía ver como todo se movía a mi alrededor. Lentamente, pero lo hacía.

Arriba me encontré con un maniquí espantapájaros, pero eso es otra cosa.

En un bar.

Fui a Vitoria. Y estuvimos en la barra de un bar. Saqué la cámara.

Siempre me han gustado las barras de los bares. Son lugares sencillos. Alguien llega, pide algo, y seguido se lo ponen, a cambio de un dinero. La gente, a veces se va, otras se queda. Me suele interesar más la que se queda. En cierto modo, entablan un diálogo con el local. Se reclinan y miran a los demás. Hay una barra en medio, hay una referencia para no sentirse cojos, hay a dónde mirar, e incluso quizá, con quien hablar. El camarero, el de al lado, la de más allá, o consigo mismo.

Así están menos solos.